El sol me abrasa, maltratando mi piel volviéndola sonrojada y débil al tacto. Quiero irme y resguardarme cuanto antes, no soporto este inmerecido castigo, pero sé que correr lo hará peor.
De repente, un majestuoso dragón se postra ante mí, no comprendo muy bien que pasa. Me monto en él sin recibir queja alguna de su lomo helado. Su temperatura corporal me envolvía con un transfondo envenenado: darme bocado. Aún puedo recordar el sonido que sus carámbanos producían al rechinar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario